jueves, 22 de noviembre de 2012

No volveremos a hacerlo

Cuando en el final de los ochenta estudiaba arquitectura técnica, teníamos en Madrid una clase de maderas con un tipo que sabía las virutas de serrín que había en cuarto kilo. Recuerdo -es una de las pocas cosas que se me quedó grabada- que nos decía que cuando en la obra alguien cogía un trozo de madera y lo olía intentando adivinar la calidad, la clase o vaya usted a saber que cualidad no tangible, podíamos tener una absoluta certeza: el tipo era un cretino y no sabía nada de maderas.
Al comenzar a trabajar, un par de años después, empecé a ver como en las obras, hay todo tipo de actitudes en los recorridos de los técnicos por las mismas. Algunos acarician los tabiques con mimo de enamorado, otros dan dos golpecitos suavemente en las puertas, los hay que, frunciendo los labios sobre el mentón en un semicírculo perfecto mueven la cabeza rítmicamente arriba y abajo como aquellos perretes de bandeja trasera de coche, aseverando la calidad o dudando de la misma. El gesto vale para todo. Y si, algunos huelen las cosas.
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Un día, un superior mio, vino a la obra y ante unas puertas de madera noble que estábamos instalando se agacho, cogió un trozo de cerco, me miro fijamente, lo olfateo con fruición y volvió a mirarme. Yo, que recordé aquellas enseñanzas sabias, hice de tripas corazón  me agaché, cogí un trozo de madera, lo olfatee cual sabueso y dije ¿no está mal, eh?. Mi jefe sonrió satisfecho y pasamos al siguiente asunto.
Viene al caso, por que acabo de ver la última escena de "Quemar después de leer", esa en la que un jefe de una agencia de inteligencia norteamericana le pregunta a un subordinado tras un enredo fenomenal, qué habían aprendido, y el otro, que en realidad no tenía ni idea, le contesta "..a no volver  a hacerlo,...supongo,...sea lo que sea que hayamos hecho".
Vivimos tiempos raros para los que trabajamos en construcción, y yo también me pregunto, ¿que habremos aprendido de todo esto?. Y claro, así, sin madera que oler, no se me ocurre nada.
Nota del arquitectador: Durante los últimos días he leído en más de un lugar que la solución a nuestros problemas de hoy está en sentar las bases para poder volver a construir. Si eso no se merece este post, no sé que más puede hacerlo.

martes, 20 de noviembre de 2012

El paseo


Lo primero que pensé cuando me propusieron hacer un artículo sobre la arquitectura de Villaverde es decir que no, no voy a engañaros.
Uno, mientras se mira el ombligo de arquitecto y aparta a un lado esas pelusillas elitistas tan incomodas, cree  que le van a llamar del Washington Post el día menos pensado para hablar de la reconversión de la zona cero de NY o quizá de una de esas revistas inmaculadas que hablan de proyectos hechos en Amsterdam o Japón por compañeros de nombres impronunciables.
Pero no. Yo - aquí es donde me presento - soy de Villaverde. De Villaverde de toda la vida. La mitad de esa vida me la he pasado en el Paseo de Alberto Palacios, aunque a mi, como seguramente a vosotros, me gusta llamarle El Paseo.

Comienzo del Paseo de Alberto Palacios en Villaverde Alto
El paseo, es donde ubico mi infancia y mi adolescencia. El paseo es donde mi madre va al mercado a comprar, donde está el banco que custodia sus ahorros (ay¡¡?), donde están esos otros bancos en los que me sentaba a charlar con mis amigos durante horas. El paseo donde transitamos una y otra vez en ese rito social de caminar arriba y abajo por los mismos sitios y viendo a la misma gente. Donde te saluda el panadero, el butanero y los fumetas se volvían conocidos. Cubierto de arboles que he visto crecer. Escenario de miradas furtivas a aquella chica. Lugar de desencuentros y de vida. Sin más.
Hablo con personas de otros barrios más modernos. Con sus amplias avenidas y esas medianas enormes con jardín y columpios. Y me cuentan las bondades de sus interminables espacios. Sus aceras inmensas en las que no te puedes tropezar con nadie, por que no hay nadie. Con anchas calzadas que da miedo cruzar, pues los coches tienen la oportunidad de lucir sus potentes  motores y pasarte por encima. Con calles que cuesta un mundo cruzar, más si eres, digamos un poco mayor.
Y creo que tenemos mucha, muchísima suerte. Y os invito a verlo y a entrar en el mundo de la arquitectura por la puerta grande.
Arquitectura es prácticamente todo lo que nos rodea y que el hombre ha construido. Lo hace, no solo por especular, por ganar dinero -vamos a limpiar un poco nuestra imagen- sino también por vivir mejor, por tener todo más accesible, más a mano, por fomentar las relaciones sociales con nuestros vecinos, la actividad económica de proximidad, las pequeñas tiendas del barrio, los servicios cercanos, la renovación del aire, la circulación cómoda para los vehículos, pero también segura para los peatones.
Y en eso os aseguro que El paseo, nuestro paseo, es un perfecto ejemplo de urbanismo bien ejecutado, de arquitectura social. De unión entre lo vividero y la actividad diaria, entre los arboles y el asfalto, entre el peatón y el transporte rodado.
Espero en próximos artículos poner el dedo en cuestiones arquitectónicas en las que uno no se fija habitualmente, pero que tienen cierta singularidad. También en Villaverde, claro que sí. Pero permitid que en este primer saludo os invite a disfrutar de esa joya a la que miramos sin ver. El Paseo.

viernes, 2 de noviembre de 2012

No me gusta el Guggenheim

Las cosas como son.
El día que le escuché a un profesor de proyectos decir que la arquitectura no se puede enseñar no perdí la fe en los humanos por que hacía tiempo que la extravié en algún lodazal anterior, pero si que sentí un profundo vacío y un inmenso desprecio por la falta de coherencia.
Por que hubiese sido coherente que ese profesor no se prestase a enseñar a otros algo que él no fue capaz de aprender y todos hubiésemos ganado con ello. Sin embargo la coherencia en arquitectura como en tantas otras cosas de la vida es difícil de mantener y más difícil aún de predicar sin meter la pata.
Y llegamos así a las pocas cosas que me enseñaron y de entre ellas las más básicas. Esa coherencia formal, esa relación con el entorno, con la ubicación, esa respuesta geometrica a unas necesidades de iluminación, orientación y sostenibilidad. Ese hito urbano que lo és sin ser una estatua inerme, con un fin en su diseño.
Y claro, me hablais del Guggeheim, y de Frank Gehry y del deconstuctivismo y de Zaha Hadid (ay) y es que me pongo malo, y tengo que decirlo claramente, NO ME GUSTA EL GUGGENHEIM.
Y no me gusta por varias razones, pero hay una sobre todas las cosas : El guggenheim no se puede copiar.

Bodega en Elciego y auditorio en Los Angeles. Frank Gehry

Me explico:
Si Frank, ese canadiense antes llamado Ephrain Goldberg (demasiado judío para Canada) se hubiese limitado a hacer el museo de Bilbao con esas placas de titanio y esos planos alternados y después hubiese hecho otra cosa en otro lugar, yo, creedme, le admiraría y le tendría en un pedestal.
Por que el edificio, es simplemente genial.
Pero no, Frank, se ha decidido a dejar un little Guggi allá donde le hagan un encargo, ya sea una sala de conciertos en los Angeles o una bodega en Elciego y eso, por mucho que aquel viejo profesor se empeñase en no enseñarme, se me quedó muy grabado. No todo vale para todos los sitios.
En arquitectura tampoco.
Nota del arquitectador: Soy consciente de que como arquitecto debo pleitesía a los colegas que triunfan por doquier, pero ¿que queréis? esta manía del "deconstructivismo" me tiene más que preocupado. Vale que no tengamos nada que construir, pero eso de deconstruir no me gusta ni con las tortillas ni con la arquitectura.