Esta semana santa, mientras paseaba por valles verdes y carreteras
secundarias me he encontrado con no pocos hogares y caseríos de los que jalonan
aquí y allá los prados y montes del norte de nuestro país, adornados
ostentosamente con las banderas y los escudos de los equipos de futbol de sus
orgullosos dueños. Banderas ondeantes, soberbios estandartes, brillantes
colores.
Las señales, los
símbolos, nos identifican, nos agrupan, nos otorgan pertenencia al clan y nos
alejan de la soledad, y desde siempre, nuestras arquitecturas se han dejado
empapar por ellos, siendo en muchos casos el centro, la seña principal de
identidad de nuestros edificios.
Creemos, que los
primeros hombres, celebraban ritos de caza en sus cuevas alrededor del fuego,
mientras se conjuraban para abatir mamuts, y otros grandes mamíferos, reflejándolo
primero en sus pinturas, en sus paredes. Esto les ayudaba a vencer sus miedos,
a crear una profecía auto cumplida en sus pinturas y a dotarse de
buenos augurios, pero además les agrupaba en torno a un objetivo y marcaba
su hogar como propio, dejando fuera de toda duda que aquella cueva era la suya,
para que otros clanes lo supieran.
Con el paso de los
años, la ornamentación de los hogares, de los pueblos, de las villas y aldeas
ha sufrido grandes variaciones en sus materiales y en su estética, adaptándose
a los tiempos y civilizaciones.
Hoy, el escudo del
equipo de futbol de nuestros desvelos o de la selección, equivale sin duda
ninguna a esos majestuosos blasones que adornan las portadas manchegas, las
casas solariegas navarras, los caseríos castellanos o las masías del Penedés.
Hemos sustituido la piedra por el nylon, el gris por el abanico cromático y
colorista, pero seguimos eligiendo la arquitectura como lienzo, como marco.
Y es que la casa,
el hogar, es un escaparate siempre, un espejo en el que queremos que nos miren
los demás.
Nunca la
arquitectura es solo funcional, nunca cumple solo la misión de albergarnos, de
cobijarnos, sino que sí lo analizamos con detenimiento comprenderemos que es un
reflejo permanente de nosotros mismos, de nuestro estatus, del grupo al que
pertenecemos, de nuestra procedencia. Y para ello debemos marcarlo, sellarlo, dotarlo del símbolo correspondiente.
Pero hay mucho más. En esta arquitectura nuestra, que nos rodea y ofrece refugio no solo los escudos o banderas son símbolos. Acaso no lo son las balaustradas torneadas, las falsas cornisas de madera, las barandillas de forja andaluza....en Burgos, los toldos de tela tensados en forma de vela marinera...en Badajoz, los tejados de pizarra...en Ciudad Real,
Yo, debéis perdonarme, creo que sí. Creo que suelen tener mucho que ver con nuestro origen, incluso con nuestros deseos. Símbolos de los que no lucimos blasón en nuestro pedigree, pero que humanos al fin, deseamos sobre todas las cosas pertenecer al grupo.
Y por supuesto, de nuevo humanos, distinguirnos dentro de él.
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